Empezaba a terminarme, a deslizar hacia adentro los pensamientos para que no molestaran la caída.
El castigo de los años en la interperie, de tantos días sin tiempo.
Todo olía a seco, a despoblado y olvidado.
El pueblo donde descansaba la herramienta de trabajo que ya no funcionaba.
La loba dejaba un rastro de sangre sobre la arena, caminaba despacio con precaución.
Se tendió en una gruta entre espinos y lamió la herida que no dejaba de sangrar.
Lo peor había pasado; lo peor tenía sabor a herrumbre y rechazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario