sábado, 15 de agosto de 2009

Utero


Odiaba las golondrinas,
porque presagiaban el invierno.
Y se llenó de otoño
viviendo impasible,
por el todo de lo etéreo.
Yo jugué con sus manos,
lánguidas aves en descanso
Plumaje en descenso.
¿para qué luchar?
Ya no pude hacerlo.
Débil cuerpo encogido
maldecido mil veces
dentro de un oscuro vientre.
puños que golpearon
las membranas no formadas.
Sus gritos resonaron
en la bóveda silente.
Para su desgracia
llegué esa mañana,
tiñendo de amargura sus sueños.
hubiera querido gritar y golpear,
hacer sufrir de nuevo
Y lo hizo ...
Al pasar el tiempo.
Sé que no fuí
una semilla germinada
al cariño de dos cuerpos.
Salí de entre sus piernas
como castigo del cielo.
Y se fué una mañana
y no me dolió verlo.
Me quedé serena, cansada
quise reír, cavar su agujero.
Entonces me volví victoriosa
libre de su mirada de hielo.
Pero me dijeron los días
que odiar no era bueno.
Por eso no la odio,
ni tampoco la quiero.
No la extraño,
ni me duele que esté lejos.
Y lo único triste de esto,
es que en su lápida gris
sólo las golodrinas

la lloran cada invierno.








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